Manía.

Silvía, una mujer de 38 años ya había casi olvidado como era ser normal. Pensando diferente. Actuando diferente... Al menos por un tiempo.
Era uno de "esos" casos que en aquél entonces no se veían tan seguido. O corrigiendo... Si se veían, pero la gente los tenía catalogados con otro nombre, por ejemplo "locos"... Tal vez "vagabundos".

Silvía comenzó a padecer de personalidad obsesiva-compulsiva cuando llegó a la mitad de sus 16 años.
Es increíble como un acto de espontaneidad te puede cambiar la vida. Te hace ver las cosas de otra manera, sentir las cosas de otra manera... Hacer las cosas, definitivamente de otra manera. Y lo peor de todo, es que no sabes que está pasando. Ni siquiera sabes si todo volverá pronto a la normalidad. Es algo, de poca Fe.

Tan sólo tomó 1 año.
1 año para que Silvia ya fuera rechazada por sus viejas amigas. Digo... Al fin y al cabo ¿Quién está cuerdo para soportar a un "loco"?... Tal vez solo otro loco.

Silvía no iba esconder su mano por miedo a los gérmenes y bacterias. Mucho menos buscar algún algoritmo en tu nombre para que todo hiciera sentido y poder seguir adelante. No, en éste caso no era así. Silvía era un caso diferente. Tenía sus propias manías, pero por lo general no le impedían seguir adelante.

Increíblemente pero después de tanto esfuerzo, Silvía terminó sus estudios. A los 24 años, Silvía había terminado una etapa de su vida. En trayecto, personas la humillaron y fue presa fácil para muchos. Algunos la pisotearon, otros... Nada mas le tenían lástima, ¿Pero al final?. Al final, terminó sus estudios.

Sus padres no podían estar más felices.

Consiguió un puesto en Penintart. No era la gran cosa, pero era un trabajo y ella se sentía realizada por haberlo conseguido. Hacía su trabajo bien, pero había un problema.
Silvia siempre llegaba tarde.

Antes de salir de casa. Aseguraba que todo estuviese cerrado. Antes de llegar al trabajo, llegaba por un café al puesto de Galander.
Agarraba su café y le vaciaba en total 1 sobre y medio de crema en polvo y 2 sobres enteros de azúcar, y comenzaba su travesía... Silvía simplemente no podía apresurar el proceso, tenía que ver como se disolvía cada granito de crema, cada granito de azúcar. 1 por 1. Y después, beberlo. En ningún lugar, excepto ahí mismo.

Y Silvía. Siempre llegaba tarde.

Días después, el director mandó a traerla en horas de trabajo. Le dio un gran discurso sobre como ya tenía demasiados retardos en el mes. En la compañía, y que si ésto seguía así, pues la empresa tendría que dejarla ir y llenar el puesto con alguien que si apreciara la puntualidad.

No cabía duda... Silvía, realizó su mente. Se dispuso a llegar temprano al día siguiente.
Antes de irse a dormir cerró todas las ventanas, todas las llaves, todas las puertas. Para en la mañana, tan sólo tener que abrir la principal y cerrarla al salir.

En la mañana llego al puesto de Galender. Compró su café. Agarró sus sobres de azúcar y crema en polvo y se quedó pensando en cuál sería su siguiente movimiento. Con 15 minutos de sobra, se podía dar el lujo.

"Si llego tarde, perderé mi empleo. Debo hacerlo... Agregar los condimentos, revolverlos. Caminar. Tomar. Caminar. Tomar.
Puedo hacerlo, es algo normal. Puedo hacerlo..."

Silvía abrió los 4 sobres a la vez y dejó caer los polvos en el café.
Agarró el agitador, con intención de usarlo para causar un torrente. Un remolino y que todo fuera llevado a fondo, acelerando el proceso. Pero justo antes de hacerlo, se detuvo, volteó a mirar al viejo Galender y se cuestionó si debía hacer ésto todos los días por el resto de su vida. Aún sabiendo que simplemente no estaba bien, que no era correcto.


Aquella mañana Silvía se despidió de sus amigas. Recogió su escritorio el cual siempre estuvo impecable. Y renunció a su trabajo.

Claro está, después de haber terminado su café con el viejo Galender.
Después de darse cuenta, que por más que lo intentara, ella no era normal. Y que simplemente, no podía darse el lujo de algo tan inapropiado como "acelerar los procesos".




-Armando-